13 marzo, 2006

El ser humano, intocable en todas sus edades

AGUSTÍN GARCÍA-GASCO/


Es imprescindible que los derechos de los niños y niñas sean protegidos y que se articule un verdadero reconocimiento público del valor de la infancia en todos los países. Y además, conviene tomar conciencia de que no son admisibles conductas racistas o violentas que delante de los menores resultan todavía más reprobables por el ejemplo negativo que generan en un ser cuya personalidad está en formación.

No es admisible que en espectáculos deportivos como el fútbol, se tolere la violencia verbal que enaltece el racismo. Tratar a los seres humanos como a los animales es denigrante. Tampoco resulta admisible que algunos medios de comunicación no respeten los horarios infantiles y presenten bajo formato para público infantil programas que promueven la falta de respeto a los demás o actitudes violentas.

En la familia se adquiere el compromiso por proteger y promover los derechos de los niños. Los padres y madres hacen de su vida una donación para el bien de sus hijos. Esta donación y este respeto a la dignidad de los niños, decía Juan Pablo II, “vale respecto de todo niño, pero adquiere una urgencia singular cuando el niño es pequeño y necesita de todo, está enfermo, delicado o es minusválido”.

El adecuado respeto a la dignidad de los niños es una prioridad política para todos los Estados y para la Comunidad Internacional. Las futuras generaciones tomarán de sus padres el múltiple patrimonio de los valores, de los deberes, de las aspiraciones de la nación a la que pertenecen, junto con el de toda la familia humana. La Iglesia advierte que el compromiso por los derechos del niño está amenazado si se extiende en nuestra cultura una triple fractura: la separación entre el niño nacido y el no nacido; entre el sano y el enfermo; entre los derechos del niño y la verdad de la familia.

Las semanas de vida que transcurren desde la concepción, ni añaden ni menguan dignidad en la persona. El ser humano es un ser histórico, y desde el primer momento en que cuenta con un código genético es un proyecto único y singular de vitalidad indelegable e inalienable, que exige por parte de todos consideración y respeto. Burlar la dignidad del ser humano en el inicio de la vida con términos como los de “preembrión”, es una maniobra lingüística en contra de la dignidad del niño y de la niña más vulnerables. Repitámoslo una vez más: todos hemos sido embriones.

La sociedad que trata a un embrión humano como a un embrión de un “cerdo” acabará fomentando actitudes, de forma consciente o inconsciente, en las que dicha confusión llegará a otras etapas de la vida, especialmente las más vulnerables. El tráfico ilegal de órganos humanos o la nueva esclavitud sexual que en pleno siglo XXI sufren en nuestro propio país centenares de mujeres traídas de forma engañosa de otras partes del mundo son realidades aireadas por los medios de comunicación que deben ayudarnos a reflexionar sobre la gravedad de la cuestión. El ser humano es intocable en todas sus edades. No caben fisuras, como no las caben en el casco de un barco. La línea de flotación de la humanidad requiere el respeto absoluto por cada ser humano, en cualquier fase de su desarrollo. Abrid un agujero por pequeño que sea bajo la línea de flotación y el mayor de los buques, pronto o tarde acabará engullido.

La enfermedad ni añade ni resta dignidad al niño. No es lícito ni suprimir al niño o a la niña que en la gestación manifiestan dolencias o enfermedades, ni es lícito generar hijos expuestos a la destrucción para sanar a un hermano. La medicina debe investigar remedios que no supongan poner entre paréntesis la dignidad y el derecho a la vida de ningún niño o niña. Ningún ser humano es dueño de la vida de otro.

Frente a las críticas o extrañas ridiculizaciones a que se quiere someter a la familia, la dignidad de vuestros hijos está garantizada si ponéis en práctica las promesas de amor verdadero que ante Dios y los hombres os disteis el día de vuestra boda. La generosidad del amor compartido y fructífero con ansias de eternidad siempre triunfa. El sentido del ser humano no está en tener sino en amar. Que la presencia de Benedicto XVI entre nosotros nos anime a invitar a todas las familias a que reconozcan la grandeza y la belleza de su ser y de su misión, en el amor mutuo y en la protección de los niños y niñas de todo el mundo.

Carta semanal del Arzobispo de Valencia

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