12 noviembre, 2004

Decenas de niños han desaparecido y han sido mutilados

EL PAIS - Madrid

ANA CARBAJOSA (ENVIADA ESPECIAL) - Nampula

EL PAÍS | Internacional - 11-03-2004




fotografía

Marcelino, de 13 años, sentado delante de su casa en Nampula, cuenta cómo consiguió escapar tras ser secuestrado por unos hombres blancos.
(ANA CARBAJOSA)

"Pasé mucho miedo. Los blancos me querían matar para comerme", dice un niño secuestrado

"Le faltaban un ojo, las manos y tenía el cuerpo abierto en canal. ¡Estaba vacía!", relata un testigo

"Quiero vender a este niño por 80 millones de meticais (3.200 euros) ofreció Dionisio

Marcelino salió de su casa en Nampula (Mozambique) el 6 de enero para ir a bañarse al río. En el camino encontró a dos hombres blancos que le obligaron a subirse a su coche. "Tuve miedo y empecé a correr. Lloraba muy alto. Me cogieron y me metieron en el coche. Me taparon la boca con un pañuelo y me ataron los pies. Hablaban una lengua que yo no comprendía. Entonces llegamos a los bambúes (a las afueras) y me metieron en una habitación oscura", cuenta Marcelino, de 13 años. Él logró escapar. Pero decenas de niños han sido secuestrados, asesinados y mutilados en tres meses en Mozambique en una trama denunciada por monjas españolas.

"Dentro había cuatro niños y una niña que yo no conocía. Pasamos allí mucho rato hasta que aparecieron unos hombres que me habían oído gritar en la carretera. Se pelearon con el guardián de la casa y tiraron abajo tres puertas. Nos soltaron", cuenta hoy Marcelino, el muchacho de 13 años que logró escapar de sus captores. "Pasé mucho miedo. Los blancos me querían matar para comerme", relata en voz baja con la mirada clavada en el suelo.

Ahora Marcelino se refugia en la casa de su tía para que no le encuentre la policía que le amenaza para que no hable de lo sucedido. De poco le sirve. Mientras rememora el rapto, un coche de la policía aparece en las inmediaciones de la casa de su tía. Se para a unos 15 metros y permanece ahí el tiempo suficiente para ser visto. A los pocos minutos se va. No ha vuelto a ver a aquellos blancos, pero dice que si los viera tal vez los reconociera. Tampoco ha vuelto a ver a los otros niños. Aún tiene miedo y por las noches sueña que le secuestran. Ya no se atreve a salir solo. "Ni al río a bañarme. Ahora me lavo en casa". Una precaria construcción de adobe y tejado de paja, similar a las miles, que divididas en barriadas configuran la ciudad. Donde las palmeras y las montañas de basura conviven con unos 200.000 habitantes.

Otros 50 niños, de entre 12 y 15 años, no han tenido la suerte de Marcelino y han desaparecido en Nampula, tierra de la tribu makua, a 2.000 kilómetros al norte de Maputo, en los últimos tres meses. Siete cadáveres han aparecido además en las inmediaciones del convento de las Siervas de María, sin órganos. Tras asistir a varios intentos de rapto de menores, las religiosas (cuatro de ellas españolas) denuncian la existencia de una red internacional de tráfico de órganos con sede en esta ciudad, encabezada por un matrimonio que vive en una finca colindante, que, según las monjas, cuenta con la connivencia de la policía y el Gobierno de la provincia. Las religiosas aseguran que hablar les ha costado más de una amenaza, y ahora temen por su vida.

Las autoridades niegan que exista esa red y fuentes médicas y antropológicas aseguran que la extracción de órganos obedece a la práctica de magia negra en la región. Pero los niños continúan desapareciendo y en Nampula, sus habitantes viven atemorizados ante esta ola de secuestros y asesinatos. La española sor Juliana (María del Carmen Calvo) encabeza junto a la hermana brasileña María Elilda do Santos la guerra sin cuartel declarada al Gobierno, la policía y los sospechosos.

El cuerpo de Salima Iburano, de 12 años, fue uno de los siete que han aparecido sin órganos, según los testigos. Su madre, Mwaziza Francisco, de 29 años, enferma de malaria, recuerda lo sucedido. A su lado, la prima de Salima, Amizinha Osene, de 11 años, que se separó de su prima poco antes de que destrozaran su cuerpo. Desde entonces, apenas se comunica. Mira con ojos tristes y a veces asiente con la cabeza. Mwaziza cuenta lo sucedido. "Salima vendía bananas en el mercado de la Memoria. Ese día salió con su prima a vender. Cuando Salima volvía a casa dos hombres del vecindario le dijeron que le comprarían todas las bananas si les acompañaba. Esa noche no volvió a casa y la buscamos hasta el amanecer". Mwaziza llora y continúa entre lágrimas.

"Al día siguiente una vecina anunció que habían encontrado muerta a una niña que vendía bananas. Supe que era mi hija. Fui a buscarla. La policía me preguntó cómo iba vestida. Llevaba una saya negra. Una blusa roja. Una bolsita con dinerito y unas cuantas bananas en un balde con tapadera. 'Entonces es su hija', me respondieron y me pidieron 250.000 meticais (unos 10 euros) para investigar el caso. No vi el cadáver ya estaba tapado con la capulana (tela que se anudan las mujeres en Mozambique a modo de falda). Pero la reina, como conocen en el barrio a la jefa local sí vio el cuerpo. Fue ella quien la amortajó. Ahora está muy enferma de malaria. Gruesa, medio desnuda y sudorosa habla en la oscura habitación llena de mugre en la que vive. "Estaba tirada en el suelo, junto a la bandeja de bananas. Le faltaba un ojo, la lengua, las manos y tenía el cuerpo abierto en canal. ¡Estaba vacía! Sin tripas y sin el sexo".

En el convento de las Siervas de María, mientras habla la madre de Salima, una monja llega corriendo a avisar a sor Juliana, la madre superiora. Unos hombres vienen a denunciar la desaparición de su sobrina. En la puerta del monasterio dos campesinos cuentan que han perdido a una niña de 14 años, cuando se dirigían al sembrado. Comienza el protocolo habitual: las monjas les acompañan a la radio y les dan dinero para que radien la pérdida. El anuncio cuesta 30.000 meticais (algo más de un euro). El paso siguiente es la denuncia en comisaría. Pero cuando llega el momento los familiares de la desaparecida huyen. Tienen miedo de la policía. Esa rutina se repite cada semana. Así hasta 50.

El redactor jefe de Radio Encuentro es incapaz de dar una estimación del número de anuncios de desapariciones de menores que han emitido en los tres últimos meses. Tampoco tienen una lista con los nombres de los niños. Un listado que la policía les reclama. Las hermanas también dicen tenerla, pero todavía nadie la ha visto.

En la comisaría, de paredes desconchadas, un ventilador alivia el calor sofocante y espanta a los mosquitos portadores de malaria. El subcomandante de la policía de Nampula, Xabier Tocoli, habla: "No hay cuerpos sin órganos. El cuerpo de Salima estaba entero. El de la mujer de los combonianos fue simplemente un aborto clandestino". Y así, repasa una por una las denuncias, negándolas o reduciéndolas a crímenes comunes.

Además de los menores identificados, decenas de niños de la calle han sido también secuestrados en los últimos meses, utilizando como señuelo dinero, azúcar o "una cartera bonita para la escuela", afirma sor Juliana. "En la última cena de Navidad había 20 niños de la calle. El año anterior habían sido 90", afirma e insiste en que el mes de febrero ha sido especialmente abultado el número de desapariciones. Un trabajador social de la zona maneja cifras parecidas. No existe ningún registro de los niños de la calle, ni ninguna estimación de su número y resulta difícil comprobar estas desapariciones.

Juliana no está sola, las 28 monjas del convento (4 españolas y 24 mozambiqueñas hablan con una sola voz). El resto de la comunidad religiosa de Nampula también las apoya hasta el punto de haber escrito una carta dirigida al presidente de Mozambique, Joaquim Chissano, exigiendo una solución al problema.

El goteo de muertes violentas y la aparición de cuerpos mutilados habían despertado las sospechas de las religiosas y de parte de la población desde hace tiempo, de que la pareja de extranjeros vecina de las monjas, el surafricano Gary O'Connor y la danesa Tanja Shytte, conocidos como "los blancos", estaban al frente de la supuesta red de tráfico de órganos. Pero la desconfianza se tornó en acusación directa el pasado 15 de julio cuando un joven llamado Dionisio acudió a la casa de los blancos para vender a un niño. "Quiero vender a este niño por 80 millones de meticais (3.200 euros)", relató el vendedor. La pareja de extranjeros no estaba en casa y los vigilantes de la finca llevaron al criminal al convento para que las monjas tuvieran conocimiento del caso. De ahí fueron hasta la comisaría y hoy el vendedor cumple condena en prisión. Desde entonces, las hermanas oyen avionetas aterrizar en el aeropuerto (también junto al convento) por la noche. Piensan que acuden a recoger los órganos de los muertos.

O'Connor y Shytte, y sus respectivos gobiernos, defienden su inocencia y alegan que su acusación obedece a un antiguo conflicto de tierras. El Gobierno de Nampula concedió hace tres años 300 hectáreas de terreno al joven matrimonio (34 años, ella, y 36, él) para montar una granja de pollos. En él trabajaban desde tiempo inmemorial cerca de mil campesinos que fueron expulsados tras la venta (considerada ilegal por la comisión anticorrupción del Gobierno). Por eso nunca han sido bien vistos en la ciudad, pero desde que las monjas lanzaron la acusación son además temidos y odiados a partes iguales. La mera idea de aproximarse a su finca produce pavor a los nampuleños. Consideran la hacienda de "los blancos" una especie de casa de los horrores.

Shytte, de 34 años, es rubia y muy menuda. Le tiemblan las manos y se le atascan las palabras en la garganta. "Soy inocente, ¿cómo pueden decir que nos comemos a la gente. En misa los curas aconsejan a la gente que no se acerque a nuestra casa. Esto empieza a ser muy grave. Esto sólo tiene que ver con lo de la tierra", asegura tajante en el cibercafé que regenta en el centro de la ciudad.

Su abogado, Marcel Jones Muhahe, explica que la pareja ha sido detenida una única vez el pasado diciembre y tras pasar tres días en prisión salieron en libertad, aunque ahora deben presentarse cada 15 días ante el juez. Los motivos de la detención: tráfico de drogas, ocultación y rapto de menores y supuesto tráfico de órganos. Ahora el proceso está en fase de instrucción y la Fiscalía decidirá esta semana si incoa el juicio. Las autoridades locales desmienten las informaciones de las religiosas y argumentan que los hechos no han sido suficientemente investigados. Es lo que sostiene, el gobernador de la provincia, Abdul Razak, un reputado médico. "No hay ningún cadáver en el que haya evidencia de extracción de órganos. Tampoco ha habido desaparición de menores. Aunque sí hay cuatro detenidos en relación con los intentos de venta de personas. La investigación debe continuar. Pero nos tienen que dar información, datos que no tenemos. Las monjas hablan con la prensa, pero no con nosotros", se queja Razak.

El Gobierno de Maputo envió el mes pasado un equipo a Nampula para investigar el caso. Interrogaron a varias personas y exhumaron cuatro cadáveres. El resultado de las pesquisas lo plasmaron en el "Informe preliminar de la Fiscalía", que no ha dejado satisfecho a casi nadie. Determina que no ha existido extracción de órganos y constata la "continua" desaparición de menores, pero no entra a investigar la materia.

El fiscal jefe de Nampula, Daniel Magula, anuncia que reabrirán el caso. "Las investigaciones siguen adelante. Tanto en el tema de órganos como de desaparición de menores. Pero nosotros y la policía tenemos un serio problema de falta de medios. No tenemos ni siquiera un coche para desplazarnos", reconoce el fiscal, que aún no ha conseguido el dinero suficiente para poder terminar su carrera de Derecho.

Desaparecen niños y aparecen cuerpos in órganos, pero ¿es factible la hipótesis del tráfico de órganos? Varios médicos consultados descartan que en Nampula existan los medios para extirpar órganos para trasplantes. "Extraer un órgano requiere una técnica quirúrgica. Luego se necesita un medio frío para poderlo conservar. En Nampula no se dan las condiciones para hacer eso. Aunque una avioneta transporte los órganos, hace falta un quirófano para la extracción. Los órganos que dicen que faltan (lengua, ojos, genitales) no son trasplantables y además, por las costuras y las secciones se nota cuando un órgano ha sido extirpado para un trasplante. Yo me inclino más porque sea una cuestión de ritos", apunta Gonzalo Martín, cirujano en Mozambique desde hace nueve años. Una posibilidad que cada vez cobra más fuerza a la hora de explicar la aparición de cadáveres mutilados, aunque no da repuesta a las decenas de desapariciones de menores.

Este tipo de ritos que incluyen la antropofagia se realizan en algunas zonas de los países litorales del Índico (Tanzania, Mozambique y África del Sur sobre todo). En Nampula, la mayoría de la población, musulmana, también practica el animismo. "Existe una creencia por la que un hombre que quiere convertirse en líder de su comunidad debe tomar una poción mágica hecha de partes del cuerpo humano. Estas ceremonias se hacen en clubes secretos a los que no puede acceder quien no pertenezca a la comunidad. Nadie reconoce haber participado en una, pero se practican", explica el antopólogo Victor Igreja, que investiga los traumas de la guerra en Mozambique. Durante ese periodo (1977-1992) los líderes guerrilleros pensaban que comer carne humana era una manera de burlar la muerte y de inmunizarse ante los disparos del enemigo. Igreja también habla de los Gamba, curanderos del centro del país, que durante su formación deben ingerir órganos humanos y raspaduras de huesos, que mezclan con harina.

Aibua Ussene es un curandero de Nampula que se trasladó a Maputo ante la creciente demanda de pacientes capitalinos (la medicina tradicional es el único acceso al sistema de salud para el 60% de la población del país, según fuentes del Ministerio de Salud). "Cura las dolencias: gonorrea, dolor de columna, malos espíritus. No curamos sida. Sólo reducimos los dolores", reza un tablón a la entrada de la consulta en un barrio mísero de la periferia de Maputo. Dentro, sentado en una esterilla, el curandero se rodea de sus útiles de trabajo: cáscaras, cortezas, mejunjes, ungüentos, pelo de animales, cuernos, cetros, velas y un ejemplar del Corán. Cura mediante la impresión de suras del Corán con sangre de gallina, mezclada con azafrán. También receta baños en sangre de cabrito.

Ussene asegura que no utiliza partes del cuerpo en sus ritos, pero no duda de que los sucesos de Nampula son obra de feticheros (a diferencia de los curanderos echan mal de ojo). La gente con dinero acude a ellos para tener más y ser respetados en la comunidad. El fetichero les ordena matar a alguien de su familia y extraerles el hígado o el corazón. "Cuando hacen sus sesiones también comen partes de personas para fortalecerse".

Hay antecedentes de tráfico y de mutilaciones de cuerpos en la zona y en todo el país. En octubre del año pasado un grupo de individuos le extirparon el pene y los testículos a un menor de nueve años en Manica. La foto del menor, desnudo y mutilado aparece de nuevos estos días en la prensa. Días antes, en Chimoio, un menor había sido encontrado sin corazón. Unos mil niños y niñas son reclutados al año en Mozambique, de acuerdo con un estudio de la Organización Internacional de las Migraciones publicado en 2003.

También el año pasado, el Ministerio del Interior de Mozambique organizó un seminario para tratar el problema del tráfico de menores. Según los datos aportados en aquel encuentro es en las zonas rurales donde más casos se dan y la mayoría de lo menores raptados se ven obligados a trabajar en prostíbulo o son víctimas de canibalismo. En total, 1,2 millones de niños son vendidos al año en todo el mundo, siendo los países africanos los mayores proveedores, según Unicef.

La Liga de Derechos Humanos de Mozambique fue la que interpuso la demanda ante la justicia a petición de las monjas. Su presidenta, Alice Mabota, certifica que hay tráfico de menores en el país, a su juicio destinados a redes internacionales de prostitución y de trabajos forzados con sede y escala en Suráfrica, vía Brasil. También asegura que hay extracción de órganos, aunque no descarta que puedan ser utilizados para prácticas rituales. Y ante esto "la policía no hace nada. El trabajo de la policía de Nampula es inexistente. La policía protege a los traficantes". La conversación con Mabota se interrumpe, el fiscal general llama y avisa de que ha aparecido un adolescente con la cabeza cortada en los alrededores de Maputo. Mabota sale corriendo.

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