12 noviembre, 2004

30giorni

MOZAMBIQUE. Niños secuestrados y asesinados para el tráfico internacional de órganos
La matanza de los inocentes

El número de menores de edad que cada año termina en la red de los traficantes de “mercancía humana” en el Continente negro está asumiendo proporciones espantosas y supera en beneficios el tráfico de armas. La denuncia de los religiosos del país africano

por Giovanni Ricciardi

Ha tenido que correr sangre misionera para que se rompiera el velo que cubría la tragedia de Mozambique. Doraci Julita Edinger, de 53 años, misionera de la comunidad evangélica luterana de Brasil, que desde hacía seis años vivía en el país africano, fue bárbaramente asesinada a martillazos el pasado 21 de febrero. Era un destino anunciado. Con las religiosas del monasterio Mater Dei de las Siervas de María había denunciado los casos cada vez más frecuentes de desapariciones de niños y adolescentes en Nampula, en el norte de Mozambique. Donde, desde hace dos años, en el silencio de la prensa internacional e incluso de las Organizaciones No Gubernamentales, tiene lugar una verdadera “matanza de los inocentes”.
Un grupo de niños de la calle huéspedes de la casa de acogida que las religiosas combonianas tienen en Nampula
Los niños de la calle son un fenómeno común de muchos países del Tercer mundo, pero su explotación en este paupérrimo rincón de África está alcanzando dimensiones horribles, sobre todo porque, además de la prostitución y de la esclavitud, hay un tráfico internacional de órganos. La muerte de la religiosa ha impulsado a la “red” misionera de Mozambique a tratar con todos los medios de romper el silencio que hasta hace pocas semanas cubría el caso.
El número de los menores de edad que cada año terminan en la red de los traficantes de “mercancía humana” en África ha llegado a proporciones espantosas y supera en beneficios al mismo tráfico de armas. Y Mozambique, al igual que muchos países del África austral, están en el centro del fenómeno. A partir de 2003 las desapariciones de menores se han multiplicado en Nampula y en las zonas rurales del alrededor. Y, con ellas, el hallazgo de cuerpos mutilados y sin órganos. Es emblemático el caso de Sarima Iburamo, una niña de 12 años desaparecida el 12 de octubre de 2002, cuyo cuerpecito destrozado fue hallado por Rufina Omar, la reina de la tribu de la zona de Nampico, en los alrededores de la ciudad. Pero de desapariciones y tráfico de órganos los misioneros hablaban desde hace tiempo. Doraci Edinger dio la alarma en 2001. Además de la misionera asesinada y de la laica consagrada Elilde dos Santos, brasileña, las religiosas del monasterio Mater Dei han recogido numerosísimos testimonios de secuestros, desapariciones y macabros hallazgos. El padre Claudio Avallone, de la orden de los Siervos de María, cuenta que, desde hace un año, «los niños desaparecidos son más de 120. Sobre todo chicos de la calle que vivían en el mercado, alrededor de la catedral y en otros dos lugares cercanos. A la comida de Navidad, preparada como todos los años por la orden hospitalaria de San Juan de Dios, vinieron sólo 15 muchachos de los 95 que esperábamos». Moisés, pastor evangélico luterano, «el año pasado se ocupaba de más de 150 muchachos de la calle ofreciéndoles comida, vestidos, cuadernos para la escuela: desde enero puede ocuparse sólo de 9».
Son muchas las cosas que el padre Claudio ha visto con sus ojos. «Un anciano señor, Pastola Cocola, me hizo de guía para visitar las tumbas donde están enterrados una mujer, un hombre y dos niños, hallados por la población sin órganos internos. Los cadáveres antes de ser enterrados se quedan pudriendo donde los autores del crimen los arrojan. La población no avisa a la policía porque quien comunica el hallazgo de un cadáver es considerado automáticamente sospechoso y lo interrogan durante días y días: casi una tortura psicológica. He hablado con las religiosas y con muchas personas que han visto cadáveres sin ojos y sin órganos, con padres que aún esperan encontrar a sus hijos desaparecidos».
La policía local archiva estos casos atribuyéndolos a usos tribales y a la brujería. El 13 de septiembre de 2003, la archidiócesis de Nampula envió una denuncia, firmada por el arzobispo Tomé Makhweliha, el rector del Seminario interdiocesano de la ciudad y las religiosas presentes en el territorio, a la Conferencia episcopal de Mozambique y ésta la mandó inmediatamente al presidente de la República Joaquim Chissano. Una denuncia detallada, con nombres y apellidos, ante la cual las autoridades nacionales se demostraron por lo menos desconcertadas. Así que se ha sugerido la hipótesis de que las autoridades eclesiásticas querían instigar a la población contra el gobernador de la provincia de Nampula, que es musulmán.
El hecho es que las religiosas del monasterio Mater Dei acusan abiertamente a un hombre, Gary O’Connor, surafricano de origen irlandés, y a su mujer danesa Tanja Skitte, de ser el coordinador de una red de traficantes que secuestran a los niños y los tiene encerrados hasta el momento del homicidio y de la extirpación. O’Connor, O Branco, el Blanco, como le llama con temor la gente del lugar, expulsado hace años de Zimbabue, es el propietario de una hacienda de trescientas hectáreas lindante con el monasterio de las Siervas de María. Oficialmente es una granja que se dedica a la cría de pollos, pero según las religiosas es sólo una tapadera. Desde una pista privada de la hacienda despegan a menudo aviones con dirección a Suráfrica, país donde se cruzan los caminos de este tipo de tráfico. Las ciudades surafricanas de Durban y Pietermarizburg son los lugares donde se realizan materialmente los trasplantes para todos los que, desde Europa y América, pueden permitirse los gastos para conseguir un órgano de “encargo”. A finales de 2003 la policía surafricana acabó con una red de traficantes de órganos que usaba un hospital privado de Durban, el Saint Augustin Hospital. En este caso los “donantes” de órganos, reclutados en las provincias más pobres de Brasil, se sometían voluntariamente a la extirpación de un riñón por cifras en torno a los tres mil dólares. La organización les pagaba el viaje y servicio, pero al parecer el “mercado” mozambiqueño está más cerca y es menos caro.
Ahora, después de la muerte de la misionera brasileña, se teme por las religiosas presentes en Nampula. De modo que el Consejo permanente de la CIRM, la Conferencia de los Religiosos y de las Religiosas de Mozambique, publicó el pasado 29 de febrero un documento oficial, con el que hace suya la denuncia de las religiosas y solicita la intervención de la comunidad internacional. El documento está firmado por los responsables de las nueve congregaciones presentes en Mozambique.
En cuanto a O’Connor, el surafricano se declara inocente y víctima de una maquinación urdida, según él, por “mandamases” de la Iglesia católica y por las monjas, para quitarle la tierra –como decía antes, el monasterio Mater Dei linda con la hacienda de O’Connor– y sacar dinero.
De izquierda a derecha, sor Angelina Zenti, responsable de las sesenta combonianas que están en Mozambique, sor Juliana, priora del convento Mater Dei de las Siervas de María, y Elilde dos Santos charlando con una joven de Nampula
El fiscal general Madeira, que el 2 de febrero negó públicamente la existencia del tráfico de menores y de órganos, en los últimos días declaró, en cambio, que el tráfico existe, que su gestión está en manos de una red internacional y que se han encontrado niños secuestrados en las ciudades de Nacala y Nampula. Mientras en la prensa internacional, sobre todo portuguesa, pero también española y francesa, la noticia corría –El País se ocupó el 11 de marzo, el día de la matanza de Madrid, pero también Le Monde y la BBC dieron espacio a la noticia–, en Italia los grandes medios de comunicación parecen ignorar el caso. Las únicas excepciones son la investigación publicada por Lorenzo Sani en el periódico Il resto del Carlino y el espacio que el programa de radio “Zapping” le concedió al padre Benito Fusco de los Siervos de María, que está tratando de crear interés en torno al caso y sacudir a la opinión pública internacional. Una campaña que comienza a dar frutos. El ministro de Asuntos Exteriores italiano está haciendo presiones ante el Gobierno de Mozambique para aclarar el caso: los fondos para los proyectos de cooperación y desarrollo han sido congelados. «Nuestro embajador», declaró el ministro Frattini, «ha recibido, personalmente de mí, el mandato de estar constantemente en contacto y de adquirir información constante sobre el desarrollo de las investigaciones, porque el Gobierno italiano no quiere dejar nada por intentar en la exploración que se está haciendo». Y añadió: «No cabe duda de que para aclarar el perfil de esta historia hace falta una investigación seria y detallada. La hemos pedido con fuerza, por vías oficiales, al Gobierno de Mozambique. En una materia tan delicada no puede haber dudas. Si por una parte se dice que las denuncias no están demostradas, que hasta ahora carecen de pruebas, por la otra hemos subrayado que a nosotros esta respuesta no nos basta. Y se lo hemos dicho al fiscal general de Mozambique: los órganos judiciales y de policía del país africano deben dar una prueba convincente y segura de que todo esto no es verdad. No se puede pensar que un caso como este se resuelve pidiendo el tributo de la prueba a quien ha hecho la denuncia».
Una Comisión parlamentaria mozambiqueña estuvo en los últimos días en Nampula para comprobar la consistencia de las acusaciones. Y el 24 de marzo los religiosos de Mozambique llamaron de nuevo la atención sobre el caso, invitando a todos al ayuno para denunciar la “matanza de los inocentes” de Mozambique y de todo el Tercer mundo, en el aniversario del «martirio», dice el documento del CIRM, de monseñor Óscar Romero.


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