14 junio, 2005

DONDE LOS «BUITRES» COMPRAN RIÑONES

El periodista llega a un pueblo nepalí en el que el 14% de los adultos ha vendido un órgano. Los traficantes se ceban en el remoto valle de Hokse, el Sangri-la de los ricos que necesitan un trasplante

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Bahadur, 55 años, recibió 600 euros por su "donación" a un millonario de Bombay. La operación se hizo en Madrás, a donde llegó tras seis días de viaje. / REPORTAJE GRÁFICO: DAVID JIMÉNEZ Enviado especial a Nepal

PARA COMER. Una a una, las familias del valle de Hokse, al este de Nepal, van vendiendo el riñón de uno de sus miembros para alimentar al resto.
PARA COMER. Una a una, las familias del valle de Hokse, al este de Nepal, van vendiendo el riñón de uno de sus miembros para alimentar al resto.

Indra Bahadur conoció a la persona que compró su riñón minutos antes de que se lo extirparan. Se encontraba tumbado junto a él en una camilla contigua del quirófano de un hospital de la ciudad india de Madrás. Los dos pacientes intercambiaron algunas palabras y tuvieron tiempo de contarse brevemente sus vidas, la de un millonario de Bombay que lo tenía todo menos salud y la de un campesino de Nepal miserablemente pobre que no tenía nada más que salud. Llegaron a la conclusión de que habían viajado a Madrás buscando lo mismo -sobrevivir- y antes de que la anestesia hiciera efecto quedaron en volver a verse. «Cuando todo termine te daré dinero para que tu familia no vuelva a pasar hambre», fue lo último que Bahadur, de 55 años, escuchó antes de perder el conocimiento.

Indra Bahadur yace, sin apenas fuerzas para levantarse, en el suelo de una casa de piedra en la que no hay agua corriente ni luz, al este de Nepal. La herida que atraviesa su costado no ha tenido tiempo de cicatrizar del todo. La semana pasada regresó a su aldea natal sin haber visto al hombre que prometió compensarle por haberle salvado la vida. Los traficantes de órganos le sacaron a toda prisa del hospital tres días después de la operación, le quitaron todas las medicinas que le habían recetado para no levantar las sospechas de la policía en la frontera y le mandaron de vuelta en un viaje de seis días en tren y autobús a través de montañas y valles que separan Nepal de la India.

Los últimos kilómetros los recorrió a pie, escalando una de las laderas del valle de Hokse hasta dar con su vivienda. «Incluso cuando ya veía a mi familia en la distancia, pensaba no llegaría. Tenía fuertes dolores y me encontraba débil. Temí morir en el camino y que no hubiera servido para nada», recuerda Bahadur, que empleó su último esfuerzo en enterrar en un lugar seguro las 50.000 rupias (cerca de 600 euros) que le dieron por la venta de su riñón.

Las agencias de viajes siguen describiendo Nepal como el verdadero Shangri-la, el paraíso tantas veces mitificado por la literatura y el cine occidentales. Pero aquí, en los remotos valles del este del país, la gente vive mucho más cerca del infierno. Una cruenta guerra civil entre el Ejército y la guerrilla maoísta, la fuerte división social en castas y el aislamiento geográfico ha convertido el reino del Himalaya en uno de los lugares más desesperadamente pobres del mundo. El campo no da suficiente para subsistir y a los vecinos de los pueblos del valle de Hokse, en el distrito de Kavre, no les queda nada de valor que ofrecer.Nada, salvo una parte de sí mismos.

Los primeros traficantes llamaron a las puertas de las familias más desesperadas de la región en 1995. El lugar era ideal. Lo suficientemente remoto y pobre para que pudieran operar sin temor a ser descubiertos; lo suficientemente cercano a la capital -a dos horas en coche de Katmandú- para convertirlo en centro internacional de compraventa de órganos.

El mismo día que CRONICA encontró a Bahadur en Hokse otras tres chicas partieron hacia Madrás, iniciando el viaje de seis días a través una ruta que los vecinos toman convencidos de que les llevará a una vida mejor. Uno a uno, los hogares de las aldeas de Kavre han ido sacrificando a algún miembro de la familia para alimentar al resto, cruzando la frontera con el país vecino y regresando días después con un riñón menos. La cicatriz distingue a los que han hecho el trayecto de los que se lo están pensando.La lista de próximos donantes incluye a campesinos, amas de casa y jóvenes adolescentes en paro. En realidad, cualquiera que tenga entre 16 y 55 años.

Para hacerse una idea de la dimensión del fenómeno basta con visitar Shikharpur. En este pueblo de unos mil habitantes, 35 personas (el 14% de la población en edad de donar) han vendido ya uno de sus riñones. Allí, el pasado martes, dos ancianas se quejaban de que hubieran sido rechazadas por su edad. Thuli Maya, una de ellas, de 62 años, intentaba convencer a uno de los intermediarios asegurando que estaba dispuesta a conformarse con la mitad del dinero que otros habían logrado. «Dicen que soy vieja, pero es mejor que le quiten el riñón a los viejos que ya no tenemos nada que perder», protestaba. Al preguntarle dónde podía localizar a los vecinos que habían hecho el viaje a Madrás, la mujer empezó a señalar las casas de alrededor: «En esa de allí, aquella otra, la del final de la carretera, la caseta que se ve arriba en el monte...».

Shikharpur es el lugar donde empezó todo hace una década. Un hombre llamó a la puerta de Mohan Sapkota, que entonces tenía 27 años, dijo que sabía de sus problemas financieros y que todo podía arreglarse si accedía a vender un riñón. «Me aseguraron que si aceptaba ellos se encargarían de la educación de mis hijos y los llevarían a la Universidad. A mi mujer no le faltaría de nada. Dije que sí. ¿Qué otra cosa podía hacer?», se pregunta este labrador en paro recordando lo poco que le costó decidirse a dar el paso.

La herida que se trajo de vuelta cicatrizó hace tiempo, pero él mismo reconoce que carga con otras que no se ven y que han permanecido abiertas todos estos años. Las promesas de una educación para sus hijos nunca se cumplieron y Sapkota vive con el sentimiento de culpa de ser el primero. «Si me hubiera negado probablemente otros no habrían seguido mi ejemplo», dice sentado bajo un árbol en la carretera que cruza la aldea de Shikharpur.

Sapkota, que cifran en cientos los que han seguido sus pasos, trató de enmendar su error hace dos años reuniendo a siete vecinos de otros tantos pueblos de Kavre donde se venden órganos y creando el Comité de Víctimas del Tráfico de Organos. La modesta organización no tiene oficina ni fondos, no se ha reunido ni una sola vez y ha sido ignorada por las autoridades locales, así que Sapkota va casa por casa tratando de alertar a los vecinos para que no se marchen a Madrás. «No me escuchan porque sólo ven el dinero que les ponen delante», dice, asegurando que han sido cientos los habitantes de la zona que han vendido un riñón.

ABONO Y MEDICINAS

La mayor tragedia del tráfico de órganos de Nepal está en lo poco que han cambiado las cosas para los que accedieron a vender.La mayoría son campesinos analfabetos que jamás habían visto 50.000 rupias juntas en su vida y que se gastaron el dinero en juego y bebida. Otros lograron pagar algunas deudas, comprar fertilizante para mejorar una o dos cosechas y medicinas para sus hijos. La vida, en casi todos los casos, ha seguido siendo tan dura como antes, pero con un riñón menos. Para algunos incluso ha empeorado: el padre de familia ha quedado debilitado por la operación y no puede trabajar la tierra como solía.

Los más desesperados entre las víctimas de las mafias han terminado aceptando las ofertas para convertirse ellos mismos en intermediarios y recorren los pueblos tratando de convencer a amigos y conocidos para que acepten las demandas de los traficantes. La venta de riñones se ha convertido en una forma de subsistencia más, a veces la única.

Los pueblos del valle de los órganos son golpeados cada cierto tiempo por la contradicción de que, cuando alguno de sus vecinos sufre una enfermedad renal, su único futuro sea la muerte. Mientras cientos de extranjeros y miembros de la elite nepalí salvan sus vidas comprando los órganos de los pueblos de Kavre, no hay en todo Nepal ni un sólo hospital preparado para realizar un transplante de riñón.

El sistema público de salud está en bancarrota y las máquinas de diálisis son antiguallas que apenas funcionan. Sólo los más adinerados pueden permitirse las tres sesiones de diálisis semanales en algún hospital privado, una posibilidad que incluso para ellos es temporal. «Llega un momento que, sin transplante, se mueren.La única solución es irse al extranjero y esto, por supuesto, no está al alcance de ningún campesino», asegura el doctor Laxman Adhikari mientras atiende a los pacientes del Centro Renal de Nepal en Katmandú.

El tráfico de órganos no está entre las prioridades de una policía que tiene suficiente con defenderse de los ataques constantes de la guerrilla maoísta que lucha desde hace 11 años por crear una república comunista en el reino del Himalaya. La ley sólo permite la donación voluntaria de un órgano a un familiar y supuestamente castiga con cinco años de cárcel su comercio.

La realidad es que lo único que ha disuadido a algunos vecinos a negarse a vender un riñón es la comprobación de que el sacrificio no ha servido para cumplir los sueños de quienes aceptaron operarse.Muchos, sin embargo, siguen haciendo el viaje a escondidas, ocultando a su regreso la cicatriz que identifica a quienes se dejaron arrastrar por la tentación de un dinero fácil. «Al principio los que venían de las operaciones eran mirados como héroes, pero ahora la gente empieza a preguntarse si realmente vale la pena», asegura Surya, un labrador de 32 años que ha rechazado varias veces la posibilidad de vender un riñon.

Los traficantes, conscientes de que el dinero que ofrecen no tiene el poder de seducción de antaño, acompañan sus últimas ofertas con increíbles promesas de propiedades, sueldos para toda la vida y ayudas en las cosechas. Udda Bagagin, de 22 años, decidió operarse después de recibir la garantía de que la receptora, una señora adinerada de Katmandú, le cedería un pedazo de tierra en la capital nepalí para que empezara una nueva y mejor vida.«Me enseñaron un certificado de propiedad cuando estaba en el quirófano», dice este campesino, casado y con un hijo.

EXPULSADO A PATADAS

La operación se llevó a cabo, pero Bagagin nunca recibió la tierra prometida y se gastó todo el dinero que le dieron en tres meses de borracheras con sus amigos. Hace cuatro meses se presentó en la mansión de la señora de Katmandú que recibió su riñón para reclamar el cumplimiento del trato. Le echaron a patadas y le amenazaron con la cárcel si volvía a aparecer por allí. «¿Que si me arrepiento?», se pregunta Bagagin mientras trabaja un pequeño huerto cerca de Shikharpur. «Sí, claro que me arrepiento. Vender mi riñón no ha servido para nada».

El engaño constante de las mafias está lejos de poner en peligro un negocio en el que los traficantes se llevan con cada operación beneficios tres veces superiores de lo que pagan por un riñón.Al menos 30 intermediarios trabajan en la captación de nuevos donantes en los pueblos que rodean Hokse y los grandes capos, que jamás intervienen directamente en el proceso, han empezado a extender sus operaciones a otras zonas del país.

Nepal es, según Naciones Unidas, uno de los 10 países más pobres del mundo y las perspectivas de que deje de serlo son mínimas a corto o medio plazo. Dependiendo del grupo sanguíneo y la edad, los traficantes ofrecen entre 50.000 y 80.000 rupias -de 600 a 1.000 euros-, el sueldo de un campesino de la región de Kavre durante todo un año. El suministro de órganos, pues, está garantizado.

Indra Bahadur todavía no ha tenido tiempo de arrepentirse de haber vendido su riñón a pesar de que teme no poder recuperar las fuerzas para volver a trabajar el campo. Es más, se siente afortunado. En un principio los intermediarios que negocian la compra de órganos no le querían porque, a sus 55 años, le consideraban demasiado mayor. Finalmente le dijeron que podía ir a Madrás, pero que si una vez allí no servía para el transplante, tendría que volver a su casa por su propia cuenta y no cobraría nada.

La razón que le llevó a tomar el riesgo es simplemente matemática: seis hijos, dos padres y un nieto a los que alimentar con un pequeño huerto de tomates y verduras. «Cuando me recupere desenterraré el dinero para comprar un pedazo de tierra más grande, quizá lo suficientemente grande para alimentar a toda la familia», asegura Bahadur oteando el valle de Hokse, donde los vecinos esperan ansiosos que las lluvias de junio lleguen puntuales para regar sus campos y evitar la hambruna.

El mayor pero del campesino de Hokse es no haber podido hablar con el hombre de negocios de Bombay que compró su riñón -«parecía buen hombre- porque todavía cree que aquel ofrecimiento de ayuda en el quirófano de Madrás era sincero. El encuentro no pudo llevarse a cabo porque después de la operación donante y receptor fueron trasladados a hospitales diferentes. El empresario a una habitación individual con aire acondicionado y los últimos avances médicos; Bahadur a una sala masificada en la que el único ventilador disponible estaba averiado.

La realidad no había tardado en demostrarle a ambos que sus vidas iban a seguir siendo las mismas, la de un millonario de Bombay que lo tenía todo, ahora también salud, y la de un pobre campesino de Nepal que había vedido lo único que tenía. Salud.


EL VIAJE. Una vez en Madrás (India), el donante es alojado en una pensión y alimentado durante un mes mientras se realizan las pruebas que confirman que su riñón es válido. Los intermediarios, temiendo ser descubiertos, acortan la estancia de los pacientes a sólo tres días después de la operación. Un miembro de las redes de tráfico acompaña en todo momento al donante para evitar que pueda denunciar lo sucedido a la policía. El viaje comienza en tren desde Madrás hasta la frontera, donde traficante y paciente inician un viaje de regreso en tres líneas de autobuses diferentes por las cordilleras que separan Nepal y la India. Una vez en la capital nepalí, Katmandú, un todo terreno lleva a la víctima hasta su aldea, desde donde a menudo debe realizar los últimos kilómetros a pie por montañas que carecen de carreteras.


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