10 abril, 2006

Leon R. Kass advierte del peligro de las modernas técnicas biomédicas

Leon R. Kass, doctor en Biología y en Medicina, es profesor en la Universidad de Chicago y miembro del Consejo de Bioética de Estados Unidos. Es autor de numerosos libros científicos, así como de otros de tema antropológico y filosófico, como el recientemente traducido El alma hambrienta (Ediciones Cristiandad).

Su voz es hoy una de las más autorizadas en bioética. En sus trabajos, Kass defiende el pleno respeto a la persona humana en el ejercicio de la biomedicina y advierte contra la tentación eugenésica de usar la tecnología para cambiar la naturaleza humana.

Ud. parece haber adoptado una actitud crítica hacia algunos logros recientes de la tecnología biomédica. ¿Qué podemos perder si nos embarcamos en ese nuevo proyecto biomédico?

— Podemos iniciar una deshumanización del hombre, de cuyas consecuencias aún no somos conscientes. Por ejemplo, la investigación con células madre embrionarias: no es sólo que se destruyan los embriones, es que además nosotros; quienes los empleamos; nos desensibilizamos, corrompemos y desnaturalizamos. O la clonación: la Comisión Asesora de Bioética de Clinton, en su informe de 1997 Cloning Human Beings, sólo se puso de acuerdo en una cosa: que clonar seres humanos es, de momento, inmoral porque no es seguro; no logró consensuar ninguna objeción a la clonación en sí misma. O el tráfico de órganos, una práctica prohibida durante dos décadas en Estados Unidos que vuelve ahora, con renovada fuerza. O el diagnóstico previo obtenido mediante análisis del genoma humano, que abre las puertas a un panorama de planificación e ingeniería genéticas. ¿Cómo no afectaría a la protección social o al empleo de una persona; o, sencillamente, a la intimidad; el que se conozca su genoma? O el uso de drogas para optimizar rendimientos: muchos se preocupan por el dopaje deportivo, la seducción con “éxtasis” o el apaciguamiento de los escolares en un colegio por medio de la administración de Ritalin, pero pocos recapacitan sobre lo que significa empezar a cambiar el carácter y la estructura de la actividad humana, separando la capacidad del esfuerzo.

Ud. reivindica la dignidad de nuestra corporalidad y la importancia de su transmisión en la procreación humana. Pero las nuevas prácticas biomédicas van por otro lado, al permitir la disociación entre sexo y reproducción. ¿Qué cabe hacer al respecto?

— Espero que aún podamos hacer algo, pero no será fácil, porque los inconvenientes éticos de este nuevo panorama están relacionados con cosas que deseamos intensamente. No se trata de 1894, la novela de George Orwell, cuya imagen es la de una bota pisoteando el rostro del ser humano para siempre. El caso aquí es distinto: las nuevas prácticas biomédicas nos están dando cosas que queremos, pero a un precio del que no somos conscientes. Creo que al menos se podría hacer dos cosas. La primera, decir que existe ese precio y ser claros acerca de lo que debe ser protegido y defendido; la tarea primordial, así, sería intelectual: hacer público que existen efectivamente estos males “suaves”, que no se manifiestan como los males que podríamos llamar “fuertes”, como el asesinato o el terrorismo.

— ¿Y la segunda?

— Esta sería de índole política. ¿Es posible establecer guías, normas, limitaciones legales para estas prácticas? En los Estados Unidos somos muy buenos para legislar sobre la seguridad o los atentados más obvios contra la libertad, pero no tenemos una tradición que se haga cargo de estos problemas. Otros países hacen esto mejor: Alemania, Canadá, Francia, Gran Bretaña... El problema es que estas nuevas prácticas no están previstas en muchos sistemas legales vigentes y suscitan cuestiones éticas inéditas; así, parece que en muchos casos se llega en realidad a darles carta de naturaleza desde la lógica de los hechos consumados. Pero si no somos cuidadosos, creo que en diez o veinte años el panorama puede ser peligroso.

— ¿No sería posible impulsar aspectos de estas investigaciones biomédicas que no susciten tantos reparos éticos?

— Desde luego, primero deberíamos esperar a aclarar las cuestiones antropológicas y éticas. Sería estupendo que se pudieran emplear células madre adultas para producir tejidos y órganos válidos para el trasplante. Pero científicamente no podemos afirmar aún nada sobre esta posibilidad. Desde hace seis o siete años, sabemos producir células musculares, óseas y de otros tejidos, pero el estado de la investigación aún no ofrece razones para un optimismo incondicional, y precisamente por eso lamento que no se impulse más una investigación de este tipo. La gran novedad es que en este momento se están investigando al menos cuatro métodos distintos para producir células madre sin destruir embriones, a base de invertir el proceso de diferenciación de las células.

— Ud. ha argumentado que utilizar la “semilla” de la generación futura para asegurar o mejorar la vida de la generación presente es éticamente objetable porque nos hace indignos. Ahora bien, ¿cree Ud. que se puede llevar esa objeción más allá del sujeto que realiza ese proceso? Al margen de la indignidad social, ¿cree Ud. que hay razones para creer que un embrión es una vida humana?

— Creo que hay buenas razones para pensarlo y que al menos deberíamos estudiarlas y debatirlas antes de legislar sobre estas prácticas y abrir las puertas a procesos difícilmente reversibles. A mí me parece que el embrión humano es un misterio: claro, yo no lo considero un equivalente de mis nietos, que tienen entre tres y ocho años, pero tal vez eso se deba a que mi capacidad de percepción es limitada. Creo que en ese estadio de la vida es ya un ser humano, como lo fuimos Ud. y yo un día, y si alguien hubiese interrumpido nuestro desarrollo no estaríamos manteniendo esta conversación. Uno debería contemplar una vida naciente -la de un embrión o un feto, también el producido in vitro-con admiración y respeto. Incluso aunque no posea el mismo estatuto que un niño -cosa que no creo que se pueda demostrar, pero tampoco refutar- me parece que nunca se le debería tratar peor que a un niño: no se le debería poner la mano encima. Tal vez existan circunstancias en las que sea preciso ejercer violencia sobre él, pero entonces no se debe fingir que se le está haciendo otra cosa que violencia.


10/04/2006 - 17:46
Gabriel Insausti, ACEPRENSA

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